Historia de la RCC
¿Qué es la Renovación Carismática?
Jesús, ante “ciertas” preguntas, solía contestar: “Ven y verás”. Si contestasen los testigos “que han oído y visto” lo que es la Renovación Carismática, hablarían de VIDA; se referirían a Jesús como ALGUIEN muy amado; dirían que han encontrado el lugar elegido por el Señor para ellos en su Cuerpo, pronunciarían la palabra hermano de una forma especial y, cuando explicasen lo que es la Iglesia… dirían que es una gran comunidad con muchas comunidades, y que en una de estas, a ellos se les ha revelado el Señor y que por ello se sienten libres para alabarle y PROCLAMAR ante el mundo lo que sus ojos han visto y sus manos han tocado del Verbo de la Vida.
La voz de la Iglesia
Al finalizar el siglo XIX una religiosa italiana se propuso una labor: sensibilizar a la Iglesia ante la acción vivificante del Espíritu Santo. Elena Guerra, éste era su nombre, había nacido en Lucca en 1835; ingresó a la comunidad de las religiosas pasionistas, en donde fue “maestra de novicias” de Santa Gema Galgani; murió en 1914 y fue beatificada por Juan XXIII en 1959.
En 1895 Elena Guerra escribió varias cartas al Papa León XIII, de las que extractamos estas frases:
“Padre Santo, apresuraos a llamar al cenáculo a los fieles… NO queda sino abrir el cenáculo, llamar a él a los fieles, multiplicar las oraciones, y el Espíritu Santo vendrá… Vendrá y convertirá a los pecadores, santificará a los fieles y la faz de la tierra será renovada… Entremos todos al cenáculo… volvamos al Espíritu Santo, a fin de que el Espíritu Santo vuelva a nosotros… Una vez Jesús manifestó a los hombres su corazón; ahora quiere manifestar su Espíritu”.
En otra carta fechada el 17 de abril de 1895, la hermana Elena le escribía así al Papa: “Se recomiendan todas las devociones, pero la devoción que según el Espíritu de la Iglesia debería ser la primera, se calla. Se hacen muchas novenas, mas la novena que por orden del mismo salvador hicieron también María Santísima y los Apóstoles, está ahora casi olvidada. Alaban los predicadores a todos los Santos, pero una predicación en honor del Espíritu santo, que es el que forma a los santos, cuándo se escucha?”.
El papa León XIII no fue sordo a las misivas de la monjita de Lucca: el 5 de junio de 1895, por el breve pontificio “Provida Matris Charitate”, hacía obligatoria en la Iglesia Universal una novena de plegarias para la preparación a la fiesta de Pentecostés.
Dos años más tarde, el 9 de mayo de 1897, publicó el Papa la encíclica “Divinum illud munus”. Las encíclicas se designan por las primeras palabras con que empieza el texto latino. En esa carta hablaba León XIII de “Aquel Divino Regalo” que Dios concedió a la Iglesia y compendiaba la enseñanza teológica acerca del Espíritu Santo.
Allí se lee:
“Que la Iglesia es una obra enteramente divina. Con ningún otro argumento se confirma más claramente que con el esplendor y gloria de los carismas de que por todas partes está adornada, siendo el dador y autor del Espíritu santo”. Cinco años después, el 18 de abril de 1902, volvía el Papa a recordar la importancia de sus anteriores intervenciones, mediante la carta “Ad fovendum in christiano populo”..
Por esos mismos años, fuera del ámbito de la Católica, empezaba el pentecostalismo en Norteamérica.
El Papa Pío XII
El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. Hablar de El no es novedad, pero puede parecer novedoso. En los siglos XIX y XX grandes teólogos reflexionaron acrca de la actividad del Paráclito, como el alemán Juan Adán Moehler, que en 1825 estudió la “Unidad de la Iglesia”, comunidad de vida originada en el Espíritu Santo. También en Alemania, Matías Scheeben (1835-1888) estudió el actuar personal del Espíritu de Dios en cada cristiano; en Francia el padre Clérissac afirmó, en 1918, la existencia de los carismas, y, a partir de 1940 Rahner y Congar afirmaron que los carismas son factores esenciales y normales en la vida de la comunidad eclesial. Estas reflexiones marcaron un rumbo en la teología, que tras haberse centrado en el misterio de Dios Padre había pasado a una visión cristocéntrica, y llegaba a complementarse con una interpretación del actuar del Espíritu Santo.
El influjo del pensamiento teológico acerca del Espíritu de Dios y de sus carismas se sintió luego en las declaraciones del magisterio. Las encíclicas de Pío XII sobre el Cuerpo Místico de Cristo y sobre la liturgia (Mystici Corporis y Mediator Dei) y la doctrina del Vaticano II lo evidencian. En todos esos documentos se subraya la necesidad que la Iglesia tiene de la luz divina.
Así lo decía Pío XXII:
“Deseamos y oramos para que, como en otro tiempo sobre la Iglesia Naciente, también hoy descienda copiosamente el Espíritu santo por la intercesión de María, Reina de los Apóstoles y de todo el apostolado”.
En la carta acerca del Cuerpo Místico de Cristo, el Papa Pío XII enseña que la Iglesia de Jesús abunda en carismas permanentemente. De esa encíclica son los siguientes apartes: “Los carismáticos, dotados de dones prodigiosos, nunca han de faltar en la Iglesia”.
Citando a San Agustín y aludiendo a la abundantísima comunicación del Espíritu con que se enriquece la Iglesia, dice el Papa:
“Rasgado el velo del templo, sucedió que el rocío de los carismas del Paráclito, que hasta entonces solamente había descendido sobre el vellón de Gedeón, es decir, sobre el pueblo de Israel, regó abundantemente, secado y desechado ya ese vellón, toda la tierra, es decir, la Iglesia católica que no había de conocer confines algunos de estirpe o territorio”.
Y más adelante afirma que: ” Todas las virtudes, todos los dones, todos los carismas que adornan a la sociedad cristiana, resplandecen perfectísimamente en su cabeza, Cristo”.
Aparece también en los escritos del Papa Pío II un sentido diferente de la palabra carisma o carismático: se designa así a una pretendida forma de Iglesia espiritual o “pneumática”, en oposición o al menos en lejanía con la Iglesia Jerárquica. Esta acepción de la voz “carismático” no ayudaría más tarde a la difusión de la Renovación espiritual, que para algunos aparecería como rebelde o al menos indiferente ante la autoridad.
El Papa Juan XXIII
Famosa es la invocación que el “Papa bueno”, Juan XXII, hizo al convocar el Concilio Vaticano II, el 25 de diciembre de 1961: “Repítase en el pueblo cristiano el espectáculo de los Apóstoles reunidos en Jerusalén, después de la ascensión de Jesús al cielo, cuando la Iglesia Naciente se encontró unida en comunión de pensamiento y de plegaria con Pedro y en torno a Pedro, pastor de los corderos y de las ovejas. Dígnese el Divino Espíritu escuchar de la forma más consoladora la plegaria que ascienda a el desde todos los rincones de la tierra. Renueva en nuestro tiempo los prodigios como de un nuevo Pentecostés”.
El Vaticano II comenzó, en el pontificado de Juan XXIII, colocando su confianza en la fuerza del Espíritu y concluyó sus tareas con una solemne invocación al Espíritu de Dios, siendo Pontífice su Santidad Paulo VI. Eran casi tres mil obispos de todas las razas, lenguas y culturas los que se reunieron durante cuatro años para reflexionar sobre el misterio de la Iglesia, en sí misma y ante el mundo. Como donde está la Iglesia está el Espíritu, era normal que frecuentemente se aludiera a la acción del Paráclito. Hasta 258 menciones acerca del Espíritu Santo han encontrado los estudiosos en los trece documentos conciliares.
Entre otros temas el concilio abordó la reflexión sobre el obrar carismático del Espíritu de Dios. Con tal motivo se presentó en el aula conciliar una ruidosa polémica. Sus protagonistas fueron dos cardenales: uno italiano y otro belga. Cuando se discutía el esquema sobre la Iglesia, el cardenal Ruffini, arzobispo de Palemo, reaccionó con viveza para decir: “La historia y la experiencia cotidiana están en abierta contradicción con la afirmación de que aún en nuestro tiempo hay fieles que poseen muchos dones carismáticos”.
En contra de tal afirmación habló el 23 de octubre de 1963 el cardenal José Suenens, arzobispo de Lovaina y Malinas. Su intervención afirmaba que los carismas no eran un fenómeno accidental y periférico en la vida de la Iglesia, sino que tenían importancia vital. Subrayaba el cardenal Suenens cómo desde Pentecostés la Iglesia vive del Espíritu Santo, dado a todos los fieles, pastores y laicos. La jerarquía no es solo un organismo administrativo sino una realidad pneumática, un conjunto vivo de dones, carismas y servicios. En efecto, “sin el ministerio de los pastores, los carismas resultarían desordenados; pero sin los carismas, el magisterio eclesiástico resultaría pobre y estéril”.
El clamor del cardenal Suenens y el eco despertado en muchos obispos, permitieron que la Constitución sobre la Iglesia se enriqueciera con este párrafo : “El Espíritu Santo… distribuyéndolos a cada uno según quiere, reparte entre los fieles gracias de todo genero, incluso especiales, con las que dispone y prepara para realizar variedad de obras y funciones provechosas para la renovación y una más amplia edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: “A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad. Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más sencillos y comunes, por ser muy acomodados y útiles a las necesidades de la Iglesia, hay que recibirlos con agradecimiento y consuelo. Los dones extraordinarios no hay que pedirlos temerariamente, ni esperar de ellos con presunción los frutos de los trabajos apostólicos, sino que el juicio sobre su aplicación pertenece a los que presiden la Iglesia, a quienes compete especialmente no apagar el Espíritu, sino probarlo todo y quedarse con lo bueno”.
En los diversos documentos conciliares se hallan esparcidas muy bellas afirmaciones acerca de la naturaleza carismática de la Iglesia. Recordemos sólo algunas:
“El Espíritu santo instruye y dirige la Iglesia con diversos dones jerárquicos y carismáticos”.
“El Espíritu subordina a la gracia de los apóstoles- la cual es eminente incluso a los carismáticos”.
“Como quiera que los cristianos tienen dones diferentes deben colaborar en el evangelio cada uno según su posibilidad, facultad, carisma y ministerio”.
“Examinando si los espíritus son de Dios, descubran (los presbíteros) con sentido de fe, reconozcan con gozo, fomenten con diligencia, los multiformes carismas de los laicos, tanto los humildes como los más altos”.
El 8 de diciembre de 1965 concluía sus labores el Vaticano II, paso del espíritu por la historia, Nuevo Pentecostés desencadenado con fuerza de huracán. Trece meses más tarde empezaba en Duquesne la Renovación Carismática Católica.
El Papa Pablo VI
“Si realmente amamos la Iglesia, lo principal que debemos hacer es fomentar en ella una efusión del Paráclito Divino, el Espíritu Santo”.
Estas palabras de Pablo VI antecedieron tan solo en tres meses el comienzo de la Renovación Carismática que, nacida en su Pontificado, quiso, ya desde sus comienzos, ponerse bajo la égida del Pontífice.
La primera recepción oficial que dispensó el Papa a un grupo de responsables fue discreta. Tuvo lugar el 10 de octubre de 1973; con palabras alentadoras y prudentes. Un año más tarde, el 16 de octubre de 1974, tuvo el Papa expresiones más comprometidas y positivas con respecto a Renovación en el Espíritu. Pero fue el 19 de Mayo de 1975, cuando de modo espléndido acogió el Papa a más de 10.000 carismáticos, a quienes en francés, inglés, español e italiano les dijo su alegría y su esperanza, en medio de las aclamaciones y los cánticos hosanantes, como los describía la Radio Vaticana.
No creemos traicionar en lo más mínimo el pensamiento de Pablo VI al subrayar algunas frases suyas. El texto completo de sus intervenciones se puede consultar con facilidad: “Estamos sumamente interesados en lo que ustedes están haciendo. Hemos oído hablar tanto sobre lo que sucede entre ustedes y nos regocijamos”. “Haremos oración para que sean llenos de la plenitud del Espíritu y que vivan en su alegría y santidad”. “Que además de la gracia haya carismas, que también hoy la Iglesia de Dios puede poseer y obtener”. 2Quisiera Dios que aumente todavía una lluvia de carismas para hacer fecunda, hermosa y maravillosa a la Iglesia y capaz de imponerse incluso a la atención y el estupor del mundo profano, del mundo laicizante”. “Esta expectativa puede ser realmente una providencia histórica en la Iglesia, de una mayor efusión de gracias sobrenaturales, que se llaman carismas”. “Para un mundo cada vez más secularizado, no hay nada más necesario que el testimonio de esta renovación espiritual que el Espíritu santo suscita hoy visiblemente en las regiones y ambientes más diversos”. “Esta renovación espiritual, cómo no va a ser una suerte para la Iglesia y para el mundo, y en este caso cómo no adoptar todos los medios para que siga siéndolo?”
“Junto con toda la Iglesia os esforzáis por la renovación, renovación espiritual, renovación auténtica, renovación católica, renovación en el Espíritu Santo”. “Que una nueva navegación, un nuevo movimiento verdaderamente pneumático, esto es carismático, impulse en una única dirección y en concorde emulación a la humanidad creyente hacia las nuevas metas de la historia cristiana”.
La audiencia de mayo de 1975 había estado precedida por la Conferencia Mundial Carismática, celebrada en los campos adyacentes a las catacumbas de san Calixto. Allí y en la Basílica de San Pedro los peregrinos carismáticos habían manifestado su fe, la misma que a través de numerosas generaciones habían expresado los mártires y los pontífices, las vírgenes y los doctores de la Iglesia que preside el orbe cristiano.
Allí se habían congregado dos cardenales, 12 obispos, 600 presbíteros y 10.000 laicos en la oración y el entusiasmo, porque como diría el Papa: “Hoy, o se vive con devoción, con profundidad, con energía y con gozo la propia fe, o se la pierde”.
Un oleaje de cantos y brazos extendidos se elevaba en la Basílica de San Pedro mientras Pablo VI dirigía sus palabras y sus bendiciones a los carismáticos congregados a su alrededor. Los flash de los fotógrafos iluminaban el ambiente como una tempestad desencadenada de modo repentino; entonces, el Romano Pontífice, tomando las manos del cardenal Suenens entre las suyas le dijo al obispo belga:
“Quisiera agradecerle no en nombre propio sino en nombre de Jesucristo, cuanto ha hecho y cuanto hace por la Renovación Carismática en el mundo, y por lo que hará en el futuro para asegurar y mantener su lugar en el corazón de la Iglesia dentro de las líneas de la enseñanza dada”.
En estas palabras y en la carta que le dirigiera el mismo Papa, se basó el Cardenal Suenens para organizar la Oficina Internacional de Bruselas; en 1976 recibió el Papa a algunos responsables de esta oficina, se informó con ellos acerca de la Renovación, de sus búsquedas comunitarias y les reiteró su afecto y bendición.
Juan Pablo II
El Papa Juan Pablo II recibió el 11 de diciembre de 1979 en audiencia al cardenal Suenens, a monseñor Alfonso Uribe y a los miembros del Consejo de la Oficina Internacional. Fue una audiencia prolongada con presentación de un vídeo y varios informes. Durante ella, el Papa dijo, “yo siempre he pertenecido a esta renovación del Espíritu Santo. Veo este movimiento, esta actividad por todas partes. Estoy convencido de que este movimiento es un muy importante componente de esta total renovación de la Iglesia”.
En varios documentos el Papa siguió aludiendo a la Renovación Carismática, recibió a los Carismáticos italianos en noviembre de 1980, concedió audiencia a los participantes en el cuarto congreso internacional de dirigentes el 7 de mayo de 1981 y les habló sobre el discernimiento espiritual y el oficio de los presbíteros y dirigentes laicos que deberían testimoniar su vida de oración, distribuir el pan de la verdadera doctrina y crear lazos de confianza y colaboración de los obispos, además de su tarea en el ecumenismo.
Aludió de nuevo a la renovación en 1982 en diálogo con obispos franceses, en 1984 con los delegados a la quinta conferencia internacional, en 1985 con los jóvenes reunidos en el congreso juvenil mundial, en 1986 publicó la encíclica Señor y dador de vida sobre el Espíritu Santo, luego a peregrinaciones italianas y francesas y en 1987 dijo a los participantes en la sexta conferencia internacional: “a causa del Espíritu, la Iglesia conserva una permanente vitalidad juvenil, y la renovación carismática es una elocuente manifestación de esa vitalidad, una expresión vigorosa de lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias “(Ap 2,7), cuando nos acercamos al final del segundo milenio”.
Los albores de la Renovación Carismática
En 1959 el Papa Juan XXIII oró para que el espíritu Santo renovara en la Iglesia
Las maravillas de un nuevo Pentecostés.
La década del 60 fue testigo de cómo Dios respondió a la oración del Pontífice. El Concilio Vaticano II fue un pasa del Espíritu Santo por nuestro tiempo.
Otra presencia del Divino Paráclito ha sido la Renovación Carismática que, en pocos años, invadió el mundo católico.
¿Cuándo y dónde comenzó? La respuesta es difícil de dar. Ocurre como cuando las burbujas cuando el agua empieza a hervir: van brotando simultáneamente en varios lugares. Así ha ocurrido en la Iglesia, en estos años, caldeada por el fuego del Espíritu Santo.
Por eso no es de extrañar que ya el 15 de agosto de 1960 apareciera en la revista “Time” un articulo en el que se leen estas frases: “Soy católico romano y desde hace años el hablar en lenguas ha sido parte integrante de mi culpo a Dios”.
Sin embargo ese y posiblemente muchos otros resurgires de los carismas fueron experiencias aisladas. Ciertamente los grupos que hicieron historia y que más influyeron en la Corriente Carismática Católica se remontan a 1967, en tres universidades norteamericanas.
En la década de los 60 en las universidades de Nuestra Señora, en South venid (Indiana), y en la de Duquesne, en Pittsburg (Pensilvania), se formaron grupos de estudiantes y profesores deseosos de vivir ardientemente la fe: vigilias bíblicas, asambleas de canto y enseñanza, oración espontánea, misas juveniles seguidas de ágapes para compartir, etc., eran expresiones normales de vivencia fraternal que, sin embargo, como tantas obras e intentos de los hombres, languidecían tras el primer entusiasmo.
Sin embargo un grupo de profesores y alumnos empezó a surgir. Entre ellos se trabó gran amistad y los nexos que anudaron entre sí les permitieron luego formar una base de apoyo para la Renovación.
Quizá el pionero fue Ralph Keifer, laico, casado, profesor de teología en Notre dame en 1965, y luego residente en Pittsburg. Cerca a él, su amigo William Storey que, tras ingresar a la Iglesia Católica, había llegado a ser profesor de liturgia e historia eclesiástica y fundador de la asociación Xi Rho. Estas dos letras del alfabeto griego, que son las primeras del nombre de Cristo, suelen formar un anagrama conocidísimo , el Crismón. El grupo Xi Rho, pretendía estudiar la Biblia, unirse en la oración y fomentar las experiencias comunitarias a que aluden los Hechos Apostólicos (2,42).
Sin embargo los ideales no se lograban y el grupo buscaba nuevas metas como la de ayudar a los alcohólicos. Era una crisis de identidad que se iba agravando desde 1964 hasta 1966.
Mientras eso sucedía, en Pittsburg algunos jóvenes cursillistas buscaban por su cuenta cómo cumplir la voluntad de Dios.
Los Cursillos de Cristiandad son una experiencia de conversión cristiana que en 1949 suscitó en España el obispo Juan Hervás, en compañía del teólogo Juan Capó y del laico Eduardo Bonnin, influenciados por el pensamiento del cardenal Suenens, del teólogo Ives Congar, y del pastoralista Padre Georges Michonneau.
Los cursillos se iniciaron en los Estados Unidos en 1957, por obra de dos aviadores españoles, en Waco, Texas. Cuatro años después se realizó el primer Cursillo en Inglés. La noticia de los Cursillos llegó a los líderes cristianos de la universidades antes mencionadas, que vieron en ellos una especie de renovación. Eran estos líderes Steve Clark, estudiante de filosofía en la universidad de yale, quien había pasado a la Iglesia Católica desde el protestantismo y que, tras breves permanencias en Mejico, cursó un año de teología en Friburgo, Alemania. Steve Clark trabajó de 1963 a 1965 en Notre Dame.
Al lado de Steve Clark estaba Ralph Martín, alumno de filosofía en Notre Dame(1960-64), de tendencias ateas, preparaba una tesis sobre Nietzsche. Precisamente argumentando y atacándola fe cristiana conoció a Clark. Asistió al segundo Cursillo de Notre Dame en 1964 y allí se convirtió a la fe de modo tan radical que al principio nadie quería creer que fuera el mismo que protestaba porque en su apartamento, que compartía con Felipe O’mara, éste organizaba reuniones cristianas. Precisamente en 1965 en una de esas reuniones se presentaron casos de glosolalia, que el líder interrumpió por no saber comprenderla.
Ralph y Steve pasaron juntos las navidades de 1965 y en ellas proyectaron un retiro espiritual que realizarían en 1966.Fue entonces cuando se comprometieron a trabajar en los cursillos, como miembros de la junta directiva nacional.
Otros amigos o alumnos de Keifer en Notre Dame, fueron Georg Martín, quien a los 18 años había hecho un retiro ignaciano que marcó su vida, y en Notre Dame estudiaba filosofía y escribía una tesis sobre Kierkegaard, también la pareja de Kevin y Dorothy Ranaghan, estudiantes de teología y amantes de la liturgia, igualmente Bert Ghezzi, presidente del grupo Xi Rho, con inquietudes teológicas, que había invitado a Hans Kung a Norteamérica, como conferencista, y además preparaba sus tesis en historia, igualmente Paul DeCelles, profesor de física en la universidad; se menciona tambien a Jim cavnar, Gerry Rauch, Kerry Koller, Ralph Johnson, Jim Rauner y otros.
En diciembre de 1965 había terminado en Roma el Concilio Vaticano II. Nada de raro tenía pues que comenzaran a cosecharse sus frutos.
Al terminar su retiro de verano, Steve Clark y Ralph Martín fueron invitados a inaugurar y clausurar la Convención nacional de Cursillos, en Kansas City, en agosto de 1966. Luego viajaron a Lansing ya como miembros de las directivas nacionales. También allí se les designó dirigentes de la parroquia estudiantil de San Juan, en la universidad del estado de Michigan.
En el segundo semestre de 1966 los líderes cristianos, ansiosos de una renovación que sacudiera del marasmo su apostolado, empezaron a rezar diariamente “Veni, Sancte Spiritus”, solemne oración que la liturgia suele llamar “La Secuencia Aurea”. Por otra parte Steve Clark proponía el estudio del libro “La Cruz y el Puñal”, que narra el ministerio del pastor Wilkerson en Nueva York y la célebre historia de Nicky Cruz. Ralph Keifer encontró otro libro, que tuvo también gran influencia. “Hablan en otras Lenguas”, de John Cerril y la obra “Compromiso y Liderazgo” de Douglas Hyde, un comunista inglés convertido al cristianismo.
Motivado por lo expuesto en esos libros, y queriendo conocer en la práctica los grupos de que en ellos se hablaba y la manifestación de los carismas, Ralph Keifer y William Storey establecieron en Pittsburg contactos con William Lewis, pastor episcopaliano de la Iglesia del Santo Cristo. El pastor Lewis tampoco había vivido una experiencia pentecostal, pero los relacionó con la señora Betty Schomaker, parroquiana suya,que participaba en reuniones de oración. El encuentro con la señora Schomaker fue el 6 de enro de 1967, festividad de la Epifanía, es decir, de la manifestación de Cristo a todas las naciones. Ese día se pactó la asistencia a una reunión de oración para la semana siguiente, en su casa, situada en las colinas al norte de Pittsburg.
Así llegó el 13 de enero de 1967, fiesta del Bautismo de Cristo, cuando descendió el Espíritu Santo sobre Jesús y lo ungió como el Mesías de Dios. En esa festividad el grupo se congregó a las siete y media de la noche en casa de Florencia Dodge, y en él participaron cuatro católicos: Ralph Keifer y su esposa Bobbi, Patrick Bourgeois y William Storey. Keifer y Bourgeois eran profesores de teología y Storey profesor de historia de la Iglesia. Cuando terminaba la reunión Storey dijo: “Vine a recibir el Bautismo en el Espíritu Santo, y no me voy hasta que lo haya recibido”. Un asistente al grupo oró por él diciendo: “Señor tu conoces su corazón y sus necesidades. Llénalo ahora con tu Espíritu”.
Ocho días después, el 20 de enero, regresaron a dicho grupo Ralph y Patrick, pidieron que oraran por ellos y recibieron la efusión del Espíritu Santo. Poco después uno de ellos escribiría: “Fue como si hubiera entrado en un inmenso mar, solo que el agua era Dios, el agua era el Espíritu santo”.
Como resultado de ello Keifer empezó a escribir cartas, a llamar por teléfono y a compartir con otros su experiencia. Los primeros contactados fueron una pareja de novios que se casaría cuatro meses más tarde, Paul Gray y Mary Ann Springle, estudiantes de teología en Duquesne. Con ellos organizaron Keifer y Storey un retiro para el grupo de Xi Rho, el tema escogido era “Las bienaventuranzas, o cómo actúan los cristianos”, pero a última hora se cambió por “Los Hechos de los Apóstoles, o cómo hacerse cristianos”.
Serían cuatro conferencias sobre los cuatro primeros capítulos de los hechos y había que leer “La Cruz y el Puñal”. Paul debía dar la segunda conferencia y Mary Ann la tercera. Ambos recordaban su nerviosismo que sólo se calmó al invocar al Espíritu Santo.
Todos sentían hambre de Dios y cuando Keifer comenzó a orar con imposición de manos, se desataron las lenguas y la alegría. Fue una experiencia de oración profunda, de vigilia y expectativa, de presencia de Dios,”era como si Jesús estuviera caminando allí tocando a cada uno y dándole una misión”. Su acción se manifestó cuando por haberse ido el agua, los dirigentes de la casa de retiros “El Arca y la Paloma” les pidieron que se retiraran. Ellos oraron y pusieron a prueba a Dios para que solucionase el problema del agua. La sorpresa fue enorme cuando, al concluir la oración David Mangan se encaminó maquinalmente a un grifo para beber y el agua brotó con abundancia.
Las crónicas guardan, además de los ya citados, algunos nombres de los participantes en ese retiro del 18 y 19 de febrero de 1967: Patti Gallagher, Karin Sefcik, el Padre Healey y David Mangan. Este fue precisamente el que planteó la gran pregunta: ¿No se podría renovar nuestra confirmación y suplicar al Espíritu Santo que volviera de nuevo sobre nosotros? Y cuando el Espíritu Santo llenó a los participantes, Storey dijo: “el señor Obispo se va a sorprender cuando sepa que todos fueron bautizados en el Espíritu Santo”. Luego Ralph Keifer empezó a usar la fórmula de “Bautismo en el Espíritu” que, en ambientes metodistas, había usado desde finales del siglo pasado Charles Finney y que alude a la experiencia del Pentecostés personal vivido o renovado en cada bautizado. Este fue, pues, el pesebre de la Renovación Carismática Católica para usar la expresión de Harald Bredesen, o según dice Patti Gallagher sucedió como si allí se estuviera escribiendo el primer capítulo de un nuevo libro de los Hechos de los Apóstoles, obra a la que se designa también como “el Evangelio del Espíritu Santo”
Quince días después, el 4 y 5 de marzo, el fuego prendió en Notre Dame, donde Keifer había escrito y enviado luego, como misionero y testigo, a un amigo suyo. Allí en casa de Kevin y Dorothy Ranagham y de Bert y Mary Lou Ghezzi, se encendió la llamarada.
También en Notre Dame los universitarios católicos habían buscado y sembrado con los retiros de fin de semana “Antioquia”. Ese nombre quería recordar que en Antioquia los discípulos del siglo primero empezaron a llamarse “cristianos”. Pero ni ellos, ni las marchas en pro de los derechos de los negros (como la de Selma, Alabama, en la que participaron con Martín Luther King), habían dado resultado.
Ahora la universidad empezó a conmoverse y la renovación brotó con fuerza en South venid, Indiana, y aunque ya 13 de marzo alguien les preguntaba: ” ahora que han recibido el Espíritu Santo, ¿cuándo abandonarán la Iglesia Católica?; eso no sucedió, sino que se afirmaron en ella y ya el 15 de marzo recibían una respuesta de su Obispo Leo Pursley, que no los juzgaba sino que les pedía mayores informes y que en marzo 15 de 1967 consultado acerca del don de lenguas escribía: “La situación a que usted se refiere no está dentro de mis atribuciones creo que se necesita tener un Carisma para reconocer la existencia de otro. Se ha sabido de casos en que el don de lengua es resultado de una posesión diabólica. Claro que yo no estoy afirmando que este sea el caso, pues de hecho no quiero pronunciarme en ningún sentido respecto al caso a que usted se refiere. De todos modos hablaré con el Obispo W… sobre el particular. Cualquier informe que usted pueda proporcionarme será bien recibido”.
Dos años más tarde, el 14 de noviembre de 1969, apareció un informe de la Comisión de Doctrina de la Conferencia Nacional de los Obispos Católicos de los Estados Unidos. Ese informe redactado por el obispo Alexander Zaleski, de Lansing, Michigan, fue la primera carta de reconocimiento de la Renovación carismática en la Iglesia.
A mediados de marzo vinieron de Michigan a Pottsburg Steve Clark y Ralph Martín y recibieron el Bautismo del Espíritu Santo. Luego, del 7 al 9 de abril con 40 estudiantes, se presentaron a un retiro de Notre Dame… Y de ahí en adelante comenzó la siembra y la cosecha abundante por todos los continentes